El fenómeno del consumo emocional ha cobrado relevancia en Argentina en medio de un escenario de incertidumbre económica. Según el sociólogo Juan Guzmán, este tipo de consumo se impone sobre el racional, impulsado por deseos inmediatos y emociones, lo que ha llevado a un aumento significativo de las deudas en la población.
La influencia de las emociones en el consumo
El profesor Guzmán ha comentado que “el consumo emocional se impone: lo vi, lo quiero. No racionalizo mi compra, prima lo que me gusta antes que la necesidad”. Este cambio en la dinámica de compra es notable, especialmente en un contexto donde la frágil situación económica afecta directamente las decisiones de los consumidores.
El pasado y presente del consumo en Argentina
En el siglo XX, el consumo en Argentina estaba vinculado a la clase social. Guzmán señala que “yo me compraba el auto o la casa en función del barrio donde vivía”, lo que reflejaba un consumo más racional y planificado. Sin embargo, con las crisis económicas de los años 90, las dificultades para acceder a bienes duraderos como viviendas o vehículos transformaron la manera en que los argentinos consumen.
Hoy, el mercado ofrece “pequeñas gratificaciones”: recitales, electrodomésticos, o viajes cortos, muchas veces financiados en cuotas que pueden llevar al endeudamiento. Esto crea una ilusión de bienestar momentáneo en un clima de precariedad económica.
Consumo emocional vs. consumo racional
Consumo emocional
Este tipo de consumo está guiado por deseos, impulsos y sentimientos inmediatos. En este caso, las decisiones de compra se basan en lo que genera satisfacción personal, sin considerar si realmente es necesario o se puede afrontar económicamente. Ejemplos incluyen la compra de un nuevo celular o entradas para un recital.
Consumo racional
Por el contrario, el consumo racional se basa en la necesidad, la utilidad y la planificación. Este tipo de consumidor evalúa sus decisiones, compara precios y considera el impacto a largo plazo de sus compras, como adquirir un electrodoméstico esencial.
La principal diferencia radica en que el consumo racional prioriza la necesidad y la optimización de recursos, mientras que el emocional está impulsado por el placer inmediato y los deseos momentáneos.
En este panorama, Guzmán enfatiza que “en un contexto de incertidumbre constante”, el consumo emocional se presenta como un refugio fugaz. “No somos irresponsables, somos víctimas de nuestro tiempo”, concluyó, subrayando las dificultades para ahorrar en un presente incierto.